HORARIOS DE LAS MISAS

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PRIMERAS COMUNIONES 2024

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ENCUENTRO DE PARROQUIAS EN MOCLÍN

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GRUPO DE ORACIÓN REINA DE LA PAZ Y PADRE PÍO DE ÍLLORA (GRANADA)

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NUESTRA MADRE DEL CARMEN DE ÍLLORA

CELEBRACIÓN VIRGEN DE LOURDES 2018 EN LA PARROQUIA DE ÍLLORA

lunes, 17 de diciembre de 2012

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS..... SEÑORA DEL ADVIENTO

18 DE DICIEMBRE: LA VIRGEN, ESPERANZA DE TODA LA HUMANIDAD



Hoy entra María, por derecho propio y por la puerta grande, en las celebraciones de la Iglesia, de la mano de san Lucas, cronista exquisito del Evangelio de la Infancia, que descorre el velo del Misterio para mostrarnos el retablo viviente de Nazaret: anunciación de Gabriel, consentimiento de María, bajada del Espíritu, concepción virginal del Verbo encarnado. Lucas ambienta todo esto con trazos certeros y finas pinceladas, tales como el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista, con el himno mesiánico de su padre Zacarías; más el encuentro sublime entre María y su prima Isabel, con el broche asombroso del Magnificat.
El alborozo mariano de estas antevísperas navideñas quedó plasmado, hace más de trece siglos, en la fiesta de María, Madre del Señor, instituida por el X Concilio de Toledo, en el primero de sus cánones: «… declaramos y mandamos que el octavo día, antes del nacimiento del Señor, se consagra con toda solemnidad al honor de su Madre. De esta manera, así como la natividad del Hijo se celebra durante ocho días seguidos del mismo mes, podrá tener una Octava la festividad sagrada de María».
Afincada en la liturgia visigótica y mozárabe, en el día dieciocho de diciembre, esta fiesta de María, Madre del Señor, ha tenido en España, hasta hace poco, un arraigo singular, con dos nombres, a cual más sugerente, no sé si sucesivos o alternativos: La Expecta - ción del parto de Nuestra Señora y Santa María de la O.


Tres vocablos castellanos se cruzan en el corazón humano, la espera, la esperanza y la expectación. La espera, interpretada magistralmente por Samuel Beckett en su obra teatral Esperando a Godot, consiste en aguardar a una persona o acontecimiento, ignorando si vendrá o no vendrá, en una inercia indefinida y borrosa, sin hacer nada por cuenta propia. En contraste con la esperanza, sabiamente estudiado por Laín Entralgo; ésta sabe muy bien lo que quiere, lo desea con ardor, lo prepara activa-mente y está segura de que llegará. En cristiano, es virtud teologal que tiene a Dios como impulso y como destino.
Por expectación se entiende una tensión alegre del espíritu ante un acontecimiento grande e inminente; tiene mucho de deseo ardiente y de impaciencia anhelante. Es lo que experimentaron el anciano Simeón y la profetisa Ana, antes de tener en sus brazos al Salvador; y, de otra manera, lo que vivieron José y María, buscan-do ya sitio en Belén, desde la adoración confiada de los designios de Dios. La sien-ten asimismo muchas almas santas, que buscan insistentes al Señor, con el corazón de par en par: ¡Ven, Señor Jesús!
La expectación está muy cerca del asombro, que es precisamente lo que indica la exclamación ¡Oh!, que en latín no lleva h, y abre el canto gozoso de las antífonas del Oficio de Vísperas en los siete días anteriores a la Navidad. Ejemplo: «¡Oh, Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!» María de la O, María del asombro, del estupor sagrado y de la contemplación extática del misterio de Cristo. ¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María.
+Antonio Montero Moreno
arzobispo emérito de Mérida-Badajoz

¡¡AVE MARIA!!

 

La Expectación del Parto de María,
Nuestra Señora de la Esperanza, la Virgen de la O
 

El agudo y entrañable sentido del año litúrgico, como resumen celebrativo de la historia de la salvación, colocó en este día la hermosa fiesta de la Expectación del Parto de la Virgen María. En la antigua liturgia hispánica –a veces conocida como visigoda o mozárabe– ésta fue la fiesta más importante en honor de Santa María.

ORIGEN DE LA FIESTA
Es precisamente en España donde comienza a celebrarse con asiduidad y fervor a partir del siglo VII. En el mes de diciembre del año 656, durante el reinado de Recesvinto. tuvo lugar la celebración del X Concilio de Toledo. Los obispos allí reunidos eran bien conscientes de la importancia de recordar a María como protagonista imprescindible en el misterio de la Encarnación del Señor. Y eran conscientes también de las dificultades que el tiempo de primavera, en el que se celebra la Anunciación a María y la Encarnación del Señor. oponía a la celebración adecuada de esa fiesta. Así que, con buen sentido, en el primero de sus siete cánones decidían colocar una fiesta especial en las vísperas esperanzadas de la Natividad del Se-ñor:
«Porque en el día en que el ángel comunicó a la Virgen la concepción del Verbo, no se puede celebrar este misterio dignamente, a causa de las tristezas de la Cuaresma o las alegrías pascuales, que con frecuencia coinciden con él, declaramos y mandamos que el octavo día antes del nacimiento del Señor se consagre con toda solemnidad al honor de su Madre. De esta manera. así como la Natividad del Hijo se celebra durante ocho días seguidos, del mismo modo podrá tener también una octava la festividad sagrada de María.,
Aquella iniciativa se debía en gran parte al celo de Eugenio, el santo y sabio arzobispo de Toledo. tan buen teólogo como delicado poeta. Sería aquél uno de los últimos actos de su pontificado. Pero el mismo amor a esta fiesta profesaban San Fructuoso, que acababa de ser elegido como obispo de Braga, y, sobre todo, San Ildefonso, el inmediato sucesor de Eugenio en la sede toledana. A él, que tanto escribió sobre María, se debe el texto de la misa —Erigamus quaeso— en honor de la Virgen, que había de celebrarse el 18 de diciembre. Junto a estos grandes padres de la Iglesia habría que mencionar a muchos otros testigos de la fe en las tierras de Hispania.


Idéntica estima profesaba el pueblo cristiano a esta «fiesta de Santa María". Tanto es así que cuando hubo que abandonar el antiguo rito hispano para aceptar la liturgia romana, lo hicieron a condición de que les fuera permitido conservar esta hermosa y sentida celebración.
Como escribió fray Justo Pérez de Urbel a propósito de esta fiesta, "la Expectación de María se hace nuestra propia expectación. Nos preparamos al gran acontecimiento de la historia universal, y entramos de lleno en el espíritu de estos días, que la liturgia llama del Adviento: época de esperanza ansiosa, ca-minar sublime hacia el reino de la luz. Ninguna peregrinación tan emocionante, ninguna odisea tan extraordinaria y azarosa, ningún camino tan lleno de aventuras y maravillas».

NUESTRA SEÑORA DE LA «O»

La fiesta de la Expectación del Parto es también conocida como la "fiesta de Nuestra Señora de la O». Ese título al parecer tan extraño tiene una motivación litúrgica muy sencilla. En la tarde del día 17 de diciembre, la antífona que acompaña en las vísperas al canto del _ Magnificat comienza con un "Oh» sonoro y admirado: "Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad. ven y muéstranos el camino de la salvación». El mismo contenido cristológico, el mismo talante esperanzado. la misma admiración agradecida evocan las antífonas que. hasta el día 23 de diciembre, se inician cada tarde con ese "Oh" sorprendido y gozoso.
En este día 18 de diciembre. la antífona del gozo y la esperanza nos hace revivir el anhelo de la liberación y el temblor del elegido que vislumbra la presencia de Dios en un fuego que no cede: «Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo».
Al explicar el significado de este día en su Año Cristiano, el Padre Ribadeneira observaba que. en la Iglesia de Toledo, «después de la oración de vísperas de esta fiesta de la Expectación, todos los eclesiásticos que asisten al coro, cantan el "Oh" sin tono y sin medida, para expresar el deseo y la ansiedad que los santos padres del Limbo y todo el mundo tenía de la venida y de la natividad de su Restaurador y Redentor universal».
En la actual liturgia romana, este día es. por tanto, el segundo de las "ferias mayores". Desde el día 17 de diciembre hasta la víspera de la Navidad, la celebración litúrgica nos invita a entrar en un ambiente de especial recogimiento. Acompañamos a la Madre de Jesús en su espera. Nos gozamos en la certeza de que Dios ha renovado su alianza no sólo con el pueblo de Israel, sino con la humanidad entera. Pensamos que la suerte humana no es una fábula sin sentido. Nos sentimos amados por Dios. Y una vida entera no nos bastará para asimilar la hondura de esta certeza.


En la celebración de la Eucaristía de este día se lee el texto evangélico que nos refiere el nacimiento de jesucristo:
«La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús es-taba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su es-poso, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: `:José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, por-que la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados-. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel (que significa: `Dios con nosotros"). Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a su mujer» (Mt 1, 18-24).
Gracias a María, Dios se hace Enmanuel. La larga esperanza de Israel llega a su cumplimiento. Y en el misterio del nacimiento de Jesús se colman también las esperanzas inexpresadas de todos los pueblos de la tierra.

EL AGUARDO DE LOS SIGLOS
En estos días últimos del Adviento, la liturgia evoca la larga esperanza de Israel, recordando algunos textos de los profetas. Entre ellos sobresalen los antiguos poemas que se incluyeron en el libro de Isaías. En ellos se anuncia el nacimiento de una rama que anticipa la primavera diseñada desde siempre por Dios: <Aquel día el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel» (Is 4, 2).
Un descendiente de la casa de Jesé y de su hijo David aportará una salvación que supera lo mejor de las esperanzas antiguas: <<Mirad, la raíz de Jesé descenderá para salvar a los pueblos: la buscarán los gentiles y será glorioso su nombre» (Is 11, 10).
En otro de los poemas, la oración del creyente adquiere resonancias cósmicas. La naturaleza entera es invitada a dar a luz la salvación anhelada: «Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo. Ábrase la tierra y brote la salvación (Is 45, 8).
Pues bien, esa salvación esperada se encuentra pendiente de la decisión de María, como subraya un sermón de San Bernardo que la liturgia nos ofrecerá en estos próximos días: »Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo: oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora. esta palabra de misericordia».
María, efectivamente, acogió aquella palabra que el ángel le anunciaba. Y la historia humana se llenó de la palpitación de Dios. Como predicaba San Agustín, »María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la puso en práctica: porque más guardó la verdad en la mente que la carne en el vientre. Verdad es Cristo, carne es Cristo. Verdad en la mente de María, carne en el vientre de María». Retomando este juego de palabras, también Juan Pablo II, en la encíclica sobre la Madre del Redentor recuerda que María concibió a su Hijo en la mente antes que en el seno: precisamente por medio de la fe (RMA, n. 13d).
La fiesta de la Expectación del Parto nos presenta a María como la discípula que hace suya la palabra de Dios y como la madre que va gestando al que es la Palabra eterna y definitiva de Dios. Junto a ella y como ella, la Iglesia entera acoge y agradece la palabra de Dios, da vida y anuncia al que es la Palabra del Dios vivo.

MESES LARGOS Y LLENOS
La fiesta de la Expectación del Parto nos ayuda a intuir las dimensiones a la vez divinas y humanas de este misterio. El Hijo de Dios entra en la historia como el hijo de una mujer que se hace las preguntas temblorosas de todas las madres, como ha escrito Gerardo Diego:
"Cuando venga. ay, yo no sé
con que le envolveré yo,
con qué.»
También José Luis Martín Descalzo ha tratado de reflejar la experiencia de aquellos meses de expectación. Todo el mundo parecía vivir la rutina acostumbrada. Sólo María presentía que el mundo ya nunca podría ser igual. Ante la ignorancia general, ella se preguntaba si la voz del ángel y el saludo entusiasmado de Isabel no habría sido un sueño.
Volví (a Nazaret) ay aquellos fueron
los meses más intensos de mi vida l...)
Y sólo
yo entendía que el mundo había cambiado,
que el Redentor ya estaba entre nosotros,
por mí y en mí, creciendo en mis entrañas.
Alguna vez temía que todo hubiera sido un sueño,
pero aquel niño pesando en mis entrañas,
nacido sin varón, era la prueba
de que Dios se acordaba de nosotros (...)»
De la mano del profeta Isaías, María pudo ir comprendiendo lentamente cómo podía ser virgen y madre, porque era Dios el padre de aquella vida que latía en sus entrañas:
Al pensarlo sentía unos enormes deseos de lloran
¡Dios. un Dios nuevo habitaba en la tierra,
iba a hacerse carne de nuestra carne
y yo tenía la infinita fortuna de prestarle la mía.r (...)
Y así llegó la hora de Belén.
Como para cualquier otra mujer, aquel tiempo de la espera quedaría para siempre grabado en la memoria de María. Estaría lleno de significado y de esperanza:
Sí, nueve meses que se me hicieron
infinitamente largos,
infinitamente cortos,
infinitamente dulces,
infinitamente llenos.

LA ESPERA Y LA TAREA
El arte medieval gustó de representar a veces a María con un vientre levemente abultado, sobre el que se posa con dulzura una de sus manos.
La virgen-madre se convertía así en icono de la esperanza cristiana. Como María, también la comunidad está llamada a aceptar virginalmente, es decir, gratuita e inmerecidamente, el futuro prometido por Dios y la salvación por él ofrecida. Pero como María, la comunidad sabe que ese futuro y esa salvación habrán de pasar por la colaboración temblorosa y humilde de sus propias fuerzas. Este juego de palabras ha sido acogido y explicado por Juan Pablo II en su encíclica sobre la Madre del Redentor (n. 43).
Lo que la Iglesia ha aprendido de María se hace también realidad en la vida concreta de cada uno de los creyentes. En el mundo de la gracia. la maternidad –y también la paternidad– es siempre virginal, puesto que de Dios brota y en él se afianza y ofrece. Pero la virginidad es siempre –ha de ser siempre– maternal y fecunda, puesto que la gracia nunca permanece estéril en quien le presta acogida y disponibilidad.
Naturalmente, estas convicciones trascienden el ámbito de la vida biológica y se refieren a la totalidad de la existencia. No hay esperanza verdadera si el aguardo no se convierte en dina-mismo creador. Pero ese dinamismo revela su íntima vacuidad y sin sentido cuando no se apoya en la fuerza misteriosa del don y de la gracia.
En la fiesta de la Expectación del Parto, vuelven a nuestros labios las hermosas palabras de la Salve: «Vida, dulzura, esperanza nuestra, Dios te salve». La saludamos con las palabras que Dante Alighieri pone en boca de San Bernardo para llamarla «hija de tu Hijo«.
Hoy los cristianos se asoman a los profundos hontanares de la esperanza y la alegría para calmar la sed del aguardo y la nostalgia. Las búsquedas humanas se abren al hallazgo y al encuentro. Dios se hace vecino y amigo de la causa humana. Y María enseña a preparar los mil detalles para acogerlo con amor y con verdad.
Y a la vista de esta Madre que espera y enseña a esperar al que es la Vida, los creyentes oran por todas las madres que aguardan el momento oportuno para ver al fruto de sus entra-ñas. Oran y se comprometen a hacer más gozosamente aceptable el misterio de la vida y la fiesta del nacimiento de los que son hijos del Dios del amor, aun antes de ser hijos del amor humano.
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
Iconografía: En el tiempo del Adviento y cuando la liturgia canta a María con las exclamaciones en "O" se la representa en avanzado estado de gestación, con su vientre abombado en forma de "O" y con su mano sobre el vientre apuntando que allí está el Hijo de Dios, que pronto nacerá.

domingo, 16 de diciembre de 2012

CULTOS DEL MES DE DICIEMBRE A NUESTRA MADRE DEL CARMEN DE ÍLLORA

Con el Templo lleno de fieles, a los pies de Jesús Eucaristía, que desde la Custodia, nos bendecía, nos escuchcaba, nos llenaba de fuerza, hemos llevado un mes más, todas las oraciones, todas las inquietudes de las familias que reciben en su hogar, las Capillas de la Virgen del Carmen.
A las 7  de la tarde, comenzó la Santa Misa, y tanto en este momento como en la oración anterior, todos llevábamos en la mente y en el corazón, la súplica por todos los enfermos de nuestra comunidad, en especial por la niña Ana, que sabemos que está pasando por unos instantes difíciles.
Desde esta página os pedimos a todos y todas, que os unáis en la oración por la salud de esta niña de 5 años, que está gravemente enferma, y por todos sus familiares, para que el Señor les llene de fuerza y de paz interior.
En nuestra oración, pedimos también por nuestra hermana Felisa Mesa, para que la Señora, la haya tomado de la mano, y le haya llevado a las verdes praderas de la gloria.ees  Señora
Y le damos gracias a la Virgen, por permitirnos reunirnos junto a Ella, un mes más, y poner todas nuestras inquietudes entre sus manos, sabiendo que Ella ruega por todos nosotros, ante su Divino Hijo. 

viernes, 14 de diciembre de 2012

JUAN DE LA CRUZ.... CUANDO EL AMOR SE EXPRESA EN POESÍA



  sanjuandelacruzJuan de Yepes nació en Fontiveros (Ávila) en 1542 y murió en Úbeda (Jaén) el 14 de Diciembre de 1591. Su vida transcurrió en pleno siglo de oro español. Le tocó vivir una época de fuertes contrastes: Aunque en los dominios del Emperador Felipe II nunca se ponía el sol (España y Portugal, Imperio Alemán, Flandes, Nápoles, Milán, Filipinas, América, Colonias Africanas), en Castilla, Aragón y en el Levante se sucedían las revueltas populares para protestar contra la sangría de hombres y dinero que se necesitaban para mantener los ejércitos que participaban en las conquistas americanas, en los enfrentamientos con Francia y con Inglaterra, en las guerras de religión en toda Europa. Mientras Miguel de Cervantes y Lope de Vega escribían sus mejores páginas, la gran mayoría de la población era analfabeta. Al mismo tiempo en que España se llenaba de impresionantes palacios, catedrales y monasterios y se realizaban algunas de las obras más emblemáticas del Renacimiento, las malas cosechas, epidemias y hambrunas cercenaban las vidas de los más débiles.

Nuestro Santo conoció la miseria desde su infancia. Fue testigo de la muerte de su padre y de su hermano a causa del hambre. Tuvo que emigrar, mendigar y servir en un hospital de enfermos contagiosos desde niño. Incluso trabajó como aprendiz en distintos talleres artesanos. Posteriormente, cuando asuma cargos de responsabilidad en el Carmelo Descalzo, lo encontraremos cuidando personalmente de los enfermos, diseñando las plantas de los conventos, levantando tabiques, pintando muros, cultivando la huerta y realizando todo tipo de trabajos manuales. Algo impensable en una época en la que estas ocupaciones se consideraban incompatibles con las actividades intelectuales o de gobierno, por deshonrosas. Asumió voluntariamente la pobreza evangélica como expresión de renuncia y desasimiento de todo lo material, como fuente de libertad interior. Sin embargo, no permitió que sus frailes salieran a pedir por las calles y siempre procuró que tuvieran lo necesario para cubrir sus necesidades (alimentación, vestido), especialmente los enfermos.

Paradójicamente, su condición de pobre de solemnidad le abrió la posibilidad de recibir una inicial formación intelectual en el colegio de los «doctrinos» para niños pobres de Medina del Campo. Allí «aprendió muy deprisa a leer y escribir bien». Esto le capacitó para asistir a las clases de humanidades (gramática, retórica y filosofía) que impartían los Jesuitas en el Colegio que acababan de abrir en la ciudad. Sus profesores fueron algunos de los primeros y mejor preparados compañeros de S. Ignacio y le introdujeron en el mundo de los autores clásicos y de la literatura italiana contemporánea, de la poesía culta y de la popular. Le enseñaron a usar de todos los resortes de la lengua para transmitir su pensamiento.

El administrador del Hospital de la Concepción le propone que se ordene para convertirle en Capellán de la institución. Parece ser que los Jesuitas también intentan reclutarle en sus filas. Pero él se siente inclinado hacia una profunda vida de oración y decide hacerse religioso Carmelita con el nombre de Juan de Santo Matía. Contaba 23 años. En el Noviciado recibe una intensa formación espiritual, con un acercamiento a las tradiciones y a la legislación de esta Orden de Nuestra Señora, fundada por un grupo de ermitaños en la soledad del Monte Carmelo. La primera página de las Constituciones se abría con esta pregunta: «¿Cómo contestar a los que preguntan cuándo y de qué manera nació nuestra Orden? Y ¿por qué nos llamamos Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo?». Y respondía: «Decimos en testimonio de la verdad, que desde el tiempo de Elías y Eliseo, su discípulo, que habitaron piadosamente en el Monte Carmelo, cerca de Acre, muchos santos padres, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, gustaron vivir en la soledad de esta misma montaña para contemplar las cosas celestiales... Allí construyeron un oratorio en honor de la Madre del Salvador». Una lectura obligada era el Libro de la Institución de los primeros Monjes, por entonces considerado anterior a la redacción de la Regla de S. Alberto. En él se propone «el fin de nuestra vida religiosa eremítica», que es «ofrecer a Dios un corazón santo y puro... y experimentar en el alma la virtud de la presencia divina y de la dulzura de la gloria soberana».

De 1564 a 1568 es enviado a la Universidad de Salamanca, que se encuentra en su momento más esplendoroso. Allí enseñan Artes (Filosofía, Lógica y Moral), Lenguas Orientales (hebreo, arameo y árabe), Teología, Derecho y Medicina los más famosos profesores del momento: Francisco de Vitoria, Fray Luis de León, Melchor Cano, etc. Complementa las clases recibidas en la Universidad con las que impartían otros maestros de su Orden en la casa. Se demuestra un alumno muy aventajado y es nombrado prefecto de estudiantes, con la obligación de preparar disputas (discusiones públicas sobre un tema que se debía defender con argumentos sólidos frente a las objeciones de un contrincante). En estos años va a sufrir una crisis vocacional por la que han atravesado muchos hermanos de su Orden a lo largo de los siglos. Han sido preparados en el noviciado para llevar una vida de oración y retiro, deben leer y escuchar en sus comunidades textos que les recuerdan los orígenes ermitaños del Carmelo... Y sin embargo, el Carmelo es de hecho una Orden mendicante, comprometida en el apostolado urbano. El mismo Fray Juan se encuentra ocupado en múltiples actividades, todas ellas buenas, pero distintas de su original vocación contemplativa. Después de pensarlo detenidamente, decide irse a la Cartuja.

stateresaPor entonces se cruza en su vida Teresa de Jesús, la que fue denominada en tono despectivo por el nuncio Felipe Sega «Fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra la orden del Concilio Tridentino y de los Prelados, enseñando como maestra contra lo que S. Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen». La Santa tiene ya 52 años y se había trasladado a Medina del Campo para realizar su primera fundación, después del convento de S. José de Ávila. El Santo cuenta sólo con 25 años, y se ha desplazado desde Salamanca para cantar su primera Misa. En el locutorio, le comentó a la Madre Fundadora su deseo de irse a la Cartuja, buscando una entrega más generosa al Señor. Ella le contestó: «¿Para qué quiere ir a buscar fuera lo que puede encontrar en su propia Orden?». Y le invitó a unirse a su aventura fundacional. A él le pareció bien, «con tal de que se hiciera presto». Cambió su nombre por el de Fray Juan de la Cruz y se convirtió en el primero de los frailes descalzos y en una de las personas con las que más intimó Santa Teresa.

En el Carmelo Descalzo encontró respuesta a sus ansias contemplativas y pudo conjugar la oración constante, el trabajo manual en soledad, la vida fraterna en sencillez y la intensa actividad apostólica en lo que hoy llamamos Pastoral de la Espiritualidad: Predicación de la Palabra de Dios, formación de religiosos y religiosas, dirección espiritual de clérigos y laicos, así como un fecundo magisterio escrito por medio sentencias espirituales escritas en billetes individuales, cartas y comentarios en prosa a sus poesías. Recorrió todos los caminos de España y Portugal ejercitando su ministerio, llevando la contemplación a la vida y la vida a la contemplación.

Fue incomprendido, perseguido, encarcelado y maltratado. Sin embargo, no encontramos en sus obras rastro de amargura ni de resentimiento. Supo unirse íntimamente a Cristo y en él encontró todo lo que podía desear. Más de 400 años después de su muerte, sigue siendo un faro que ilumina nuestro caminar. Os propongo la lectura de un párrafo de sus escritos: «No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu amado Hijo Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso me gozaré de que no te tardarás si yo me espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿Qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y todo es para ti. No te pongas en menos ni te conformes con las migajas que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate de tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón». (Dichos de Luz y Amor, 26).

                                                                                                                                                                           (P. Eduardo Sanz, ocd)

LUCÍA, LA VALIENTE VIRGEN, QUE NOS ENSEÑA A AMAR PLENAMENTE A DIOS

Santa Lucia, Virgen y mártir - 13 de diciembre



Nació y murió en Siracusa (ciudad de Italia), en la cual se ha encontrado una lápida del año 380 que dice: "N. N. Murió el día de la fiesta de Santa Lucía, para la cual no hay elogios que sean suficientes". En Roma ya en el siglo VI era muy honrada y el Papa San Gregorio le puso el nombre de esta santa a dos conventos femeninos que él fundó (en el año 590).
Dicen que cuando era muy niña hizo a Dios el voto o juramento de permanecer siempre pura y virgen, pero cuando llegó a la juventud quiso su madre (que era viuda), casarla con un joven pagano. Por aquellos días la mamá enfermó gravemente y Lucía le dijo: "Vamos en peregrinación a la tumba de Santa Águeda. Y si la santa le obtiene la curación, me concederá el permiso para no casarme". La madre aceptó la propuesta. Fueron a la tumba de la santa y la curación se produjo instantáneamente. Desde ese día Lucía obtuvo el permiso de no casarse, y el dinero que tenía ahorrado para el matrimonio lo gastó en ayudar a los pobres.
Pero el joven que se iba a casar con ella, dispuso como venganza acusarla ante el gobernador de que ella era cristiana, lo cual estaba totalmente prohibido en esos tiempos de persecución. Y Lucía fue llamada a juicio.
El juez se dedicó a hacerle indagatorias y trataba de convencerla para que dejara de ser cristiana. Ella le respondió: "Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor de mi Señor Jesucristo".
El juez le preguntó: "Y si la sometemos a torturas, será capaz de resistir?".
La jovencita respondió:
"Si, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor".
El juez la amenazó con hacerla llevar a una casa de prostitución para ser irrespetada. Ella le respondió: "Aunque el cuerpo sea irrespetado, el alma no se mancha si no acepta ni consiente el mal" (Santo Tomás de Aquino, el gran sabio, admiraba mucho esta respuesta de Santa Lucía)
Trataron de llevarla a una casa de maldad, pero ella se quedó inmóvil en el sitio donde estaba y entre varios hombres no fueron capaces de moverla de allí, la atormentaron, y de un golpe de espalda le cortaron la cabeza.
Mientras la atormentaban, animaba a los presentes a permanecer fieles a la religión de Jesucristo hasta la muerte.
Por siglos ha sido muy invocada para curarse de enfermedades en los ojos.
Santa Lucía bendita: concédenos desde el cielo que nos envíe Dios sus luces para ver siempre lo que debemos hacer, decir y evitar, y hacerlo, decirlo y evitarlo siempre.

GUADALUPE... LA MADRE EN BUSCA DE SUS HIJOS

Historia de la Virgen de Guadalupe

El relato más antiguo sobre las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, es el llamado Nican Mopohua, compuesto en lengua náhuatl, a mediados del siglo XVI. El autor, contemporáneo a los hechos, reproduce los giros y tratamientos coloquiales típicos, reiterativos y candorosos, que Nuestra Señora sostiene con el vidente. Es la plática amorosa y confiada de un hombre sencillo con su madre.

La historia comienza en el mes de diciembre de 1531. Por entonces, cuenta el Nican Mopohua, diez años después de conquistada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos, y así comenzó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. La evangelización avanzaba a grandes pasos.
Parecían ya lejanos aquellos ritos macabros que para contentar a sus ídolos sedientos de sangre se veían obligados a soportar, como un yugo pesadísimo, los buenos nativos.

La liberación del mal y del error que traían los sacramentos y la doctrina de Jesucristo cayó como un bálsamo en el corazón de aquel pueblo, y la gracia obró el maravilloso milagro de la conversión. A tan sólo diez años de la llegada de la fe al antiguo reino azteca, quiso Dios mostrar que ponía bajo el manto de la Medianera de todas las gracias, su Santísima Madre, la evangelización del nuevo continente.

Y sucedió, se lee en el Nican Mopohua, que había un indito, un pobre hombre del pueblo, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuauhtitlán. Un sábado, a hora muy temprana, se encaminó a la ciudad de México para recibir la instrucción en la doctrina cristiana. Al pasar junto a un pequeño cerro llamado Tepeyac, oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros preciosos. Maravillado, aquel hombre creía hallarse en el paraíso. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito". Muy contento se dirigió a donde la voz procedía y vio a una noble Señora que allí estaba de pie y lo llamó para que se acercara a Ella. Llegando a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; y la piedra, el risco en el que estaba de pie, lanzaba rayos resplandecientes.
Juan Diego se postró y escuchó su palabra, sumamente agradable, muy cortés, como de quien lo atraía y estimaba mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor".

Enseguida la Santísima Virgen comunicó a Juan Diego cuál era su voluntad: "Sabe y ten bien entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador de los hombres, del que está próximo y cerca, el Dueño del cielo el Señor del mundo. Deseo vivamente que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa; porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos vosotros que vivís unidos en esta tierra, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, que me invoquen, me busquen y en mí confíen; allí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar y curar todas sus penas, miserias y dolores".

Después, Nuestra Señora le ordenó que se presentara ante el obispo fray Juan de Zumárraga, para hacerle saber su deseo y concluyó: "Y ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".

Pero no fue creído el buen indio cuando reveló al prelado cuanto la Virgen le había dicho. Y muy compungido volvió al cerro de Tepeyac, para comunicar el fracaso de su embajada y pedir a la Santísima Virgen que enviara a alguien más digno: una persona principal y respetada a quien de seguro darían mayor crédito. Pero escuchó esta respuesta:

"Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad".

Confortado de este modo, reiteró Juan Diego su ofrecimiento de presentarse al obispo y así lo hizo al día siguiente. Después de ser interrogado, tampoco en esta ocasión fue creído. Fray Juan le pidió una señal inequívoca de que era la Reina del Cielo quien le enviaba. Juan Diego se presentó de nuevo a la Virgen en Tepeyac para dar sus explicaciones y la Señora le prometió entregarle una señal irrefutable al día siguiente.

Pero Juan Diego no volvió porque, al regresar a su casa, encontró a su tío Juan Bernardino en trance de muerte. Buscó un médico, pero ya era inútil. Transcurrió esa jornada, y al llegar la noche, su tío le rogó que buscara a un sacerdote para confesarse y bien morir. El martes de madrugada, se puso Juan Diego en camino y, al llegar cerca del cerro de Tepeyac, decidió dar un rodeo para evitar encontrarse con la Señora. En su ingenuidad, pensaba que si se demoraba no llegaría a tiempo de que un sacerdote confortara a su tío.

Pero la Virgen le salió al encuentro y tuvo lugar ese encantador diálogo, que nos ha transmitido con toda su frescura el Nican Mopohua: le dijo: "¿qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde te diriges?".

Juan Diego, confuso y temeroso, le devolvió el saludo: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, oh mi Señora y Niña mía?”.

Y explicó humildemente por qué se había apartado de la misión recibida. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:

"Oye y ten bien entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has menester?".


Es bien conocido el desenlace de la historia: el prodigio de las rosas florecidas en la cumbre del cerro, que fueron depositadas en la tilma de Juan Diego por la Virgen, y llevadas a fray Juan de Zumárraga, como prueba de las apariciones; y como, al desplegar Juan Diego su tosca prenda, apareció la maravillosa imagen, no pintada por mano de hombre, que todavía hoy se conserva y venera.
El tío de Juan Diego sanó y vio a la Santísima Virgen, que le pidió fuera también él a ver al obispo para revelar lo que vio y de qué manera milagrosa le había Ella sanado; y como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Vivió Juan Diego hasta los setenta y cuatro años de edad, después de haber habitado cerca de tres lustros junto a la primera ermita construida para rendir culto a Santa María de Guadalupe. Falleció en 1548, al igual que obispo fray Juan de Zumárraga. El 31 de julio de 2002 tuvo lugar su canonización.

En poco tiempo, la devoción a la Virgen de Guadalupe se extendió de manera prodigiosa. Su arraigo en el pueblo mexicano es un fenómeno que no tiene fácil comparación; puede verse su imagen por todas partes y se cuentan por millones los peregrinos que acuden con una fe maravillosa a poner sus intenciones a los pies de la milagrosa imagen en su Villa de México. En toda América y en muchas otras naciones del mundo se invoca con fervor a la que por singular privilegio, en ningún otro caso otorgado, dejó su retrato como prenda de su amor.

MARAVILLAS DE JESÚS, UNA SANTA DE NUESTTRO TIEMPO.

Maravillas de Jesús, virgen Carmelita Descalza

María de las Maravillas Pidal y Chico de Guzmán nació en Madrid el día 4 de noviembre de 1891, la menor de cuatro hermanos; fue bautizada en la Parroquia de San Sebastián a los ocho días y confirmada en 1896. Hizo su primera comunión en 1902. Sus padres, don Luis y doña Cristina, eran los marqueses de Pidal. Don Luis había sido Ministro de Fomento y en aquellas fechas era Embajador de España ante la Santa Sede. Fue educada en sus primeros años especialmente por su abuela materna, Patricia Muñoz, y ya desde niña experimentó una llamada a consagrarse al Señor en virginidad. Mientras estudiaba en casa, durante su adolescencia y juventud se dedicó a obras de caridad, ayudando a muchas familias necesitadas.

Leía frecuentemente las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz y, cautivada por sus vidas y experiencias espirituales, decidió entrar en las Carmelitas Descalzas de El Escorial (Madrid) donde ingresó el 12 de octubre de 1919 recibiendo el nombre de Maravillas de Jesús. Con este motivo D. Pedro Poveda -que será canonizado juntamente con ella- le escribió una carta de felicitación, a la que contestó agradecida. Tomó el hábito en 1920 e hizo su primera profesión en 1921. Allí mismo, detrás de la celosía que da al sagrario de la Iglesia conventual, recibió en 1923 la inspiración de fundar un Carmelo en el centro geográfico de España, El Cerro de los Ángeles, donde se había levantado el monumento al Sagrado Corazón de Jesús justamente el año en que ella había carmelita descalza.

El obispo de Madrid-Alcalá, Mons. Eijo y Garay acogió y se entusiasmó con la idea y en 1924 la Hermana Maravillas y otras tres monjas carmelitas de El Escorial se instalaron provisionalmente en una casa de Getafe para atender desde allí la edificación del Convento. En esa casa hizo su profesión solemne el 30 de mayo de ese mismo año. En 1926 fue nombrada, por el obispo Eijo, priora de la comunidad y el 31 de Octubre se inauguraba el nuevo Carmelo de El Cerro de los Ángeles.

Como ya entonces acudieron muchas vocaciones, la Madre Maravillas vio en ello una señal de Dios para fundar nuevas “casas de la Virgen”. En 1933, a petición del obispo, misionero carmelita, Mons. Arana, fundó otro Carmelo en Kottayam (India) enviando a ocho monjas. A ella no le permitieron ir sus superiores.

Durante la persecución religiosa en España a partir de 1931 pasaba todas las noches muchas horas orando desde su Carmelo, contemplando el monumento al Sagrado Corazón, y solicitó y obtuvo permiso del papa Pío XI para salir con su comunidad, exponiendo sus vidas, si llegara el momento de defender la sagrada imagen, en caso de ser profanada. En julio de 1936 las Carmelitas fueron expulsadas de su Convento y llevadas detenidas a las Ursulinas de Getafe. Después se refugiaron en un piso de la calle Claudio Coello, 33, de Madrid, donde pasaron catorce meses de sacrificios, privaciones, registros y amenazas, deseando recibir la gracia del martirio. En 1937 la Madre pudo salir con su comunidad de Madrid y, pasando por Lourdes entró en España para instalarse en el abandonado “desierto” de Las Batuecas (Salamanca), que había podido adquirir antes de la guerra. Allí y a petición del obispo de Coria-Cáceres fundó un nuevo Carmelo. En 1938 hizo voto de hacer siempre lo más perfecto. En marzo de 1939 pudo volver a recuperar, totalmente destruido en la guerra, el de El Cerro de los Ángeles, donde fue elegida nuevamente priora. En este tiempo dio testimonio de fe, heroísmo y fortaleza, prudencia y serenidad y de una extraordinaria confianza en Dios.

Desde entonces y en muy pocos años realizó las fundaciones de otros muchos Carmelos: en 1944 el de Mancera de Abajo (Salamanca); en 1947 el de Duruelo (Ávila), cuna de la reforma carmelitana de San Juan de la Cruz; en 1950 traslada la comunidad de Las Batuecas, -cediendo este “desierto” a los padres carmelitas descalzos-, a Cabrera (Salamanca); en 1954 el de Arenas de San Pedro (Ávila); en 1956 el de San Calixto, en la sierra de Córdoba; en 1958 el de Aravaca (Madrid); en 1961 el de La Aldehuela (Madrid), en el que es elegida priora y en él vivió hasta su muerte; en 1964 el de Montemar-Torremolinos (Málaga).

Además, con hermanas de algunos de los Carmelos fundados por ella, ayudó en 1954 al de Cuenca (Ecuador), en 1964 al de El Escorial y en 1966 al de La Encarnación de Ávila, donde había entrado y vivido Santa Teresa de Jesús durante treinta años. En 1960, en Talavera de la Reina (Toledo), edifica un convento, también con iglesia de nueva planta, para los padres carmelitas descalzos. En su vida, además del P. Alfonso Torres, S.J. fueron sus directores espirituales el P. Florencio del Niño Jesús, O.C.D., y el P. Valentín de San José, O.C.D.

Desde el Carmelo de La Aldehuela, la Madre Maravillas, donde pasó sus últimos catorce años, continuó atendiendo las necesidades de todos esos Carmelos e, incluso desde la clausura, realizó una labor social como la construcción de viviendas prefabricadas y la ayuda en la construcción de una barriada de doscientas viviendas. A sus expensas hizo edificar también una Iglesia y un colegio. Sostuvo económicamente a distintos seminaristas para que pudieran llegar a ser sacerdotes, realizó una fundación benéfica para sostener a religiosas enfermas, compró una casa en Madrid para alojar a las carmelitas que tuvieran necesidad de permanecer algún tiempo en tratamientos médicos y costeó al Instituto Claune la edificación de una clínica para religiosas de clausura. En la iniciativa y desarrollo de estos servicios caritativos, que solía empezar sin medios económicos, confiaba siempre en la Providencia de Dios, que nunca le faltó.

Se sentía feliz de ser carmelita descalza, “hija de nuestra santa madre Teresa” y consideraba un tesoro la vida y los textos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, que aconseja la unión o asociación de monasterios de vida contemplativa, en 1972 obtuvo la aprobación de la Santa Sede de la “Asociación de Santa Teresa”, integrada por los Carmelos fundados por ella -y por otros que entonces se adhirieron- y, en 1973, fue elegida Presidenta. En los conventos en que vivió había sido elegida Priora de la Comunidad, -en total cuarenta y ocho años-, mostrando a la vez a sus hermanas caridad y firmeza, ánimo y consuelo, pidiendo siempre el parecer de las demás. Irradiaba paz y dulzura en sus palabras y gestos, de tal forma que quienes la trataron salieron siempre agraciados con su testimonio de amor Dios y de disponibilidad a la Iglesia como fiel hija suya.

La Madre Maravillas de Jesús es una de las grandes místicas de nuestro tiempo. Vivió una maravillosa experiencia de su unión con Dios, con una rica vida interior como se refleja en las cartas íntimas a sus directores espirituales, que sólo se han conocido después de su muerte. Pasó por la vivencia de “las noches” y por el gozo del amor profundo de Dios y de su respuesta de amor a Él. La capacidad de contagiar el amor de Dios le provenía de su unión con Él y de su gran capacidad y disposición para la oración. Expresaba: “Me abraso en deseos de que las almas vayan a Dios”. Durante toda su vida se entregó amorosamente al cumplimiento de la voluntad de Dios, y en la última etapa, ofreciendo su enfermedad y dando testimonio: “Lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera” solía repetir a sus hijas. Amó y vivió la pobreza y humildad heroicamente, infundiendo este espíritu en sus hermanas. Destacó también por su fidelidad al ideal teresiano.

Ya en 1962 había tenido un trastorno circulatorio del que se repuso. En 1972 sufrió un paro cardíaco del que se recuperó, pero su salud quedó ya muy quebrantada. En la solemnidad de la Inmaculada de 1974, recibió la Unción de los enfermos y el santo Viático. Murió, a los 83 años, en el Carmelo de La Aldehuela, el 11 de diciembre de 1974, rodeada de sus hijas y repitiendo: “¡Qué felicidad morir carmelita!”.

Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de 1998, sus reliquias permanecen en la Iglesia del Carmelo de La Aldehuela (Madrid) y su memoria litúrgica se viene celebrando el 11 de diciembre.

TEXTOS DE LA MADRE MARAVILLAS DE JESÚS


Yo no quiero la vida más que para imitar lo más posible la de Cristo.
He tomado a la Virgen Santísima por Madre de un modo especialísimo y ella es la encargada también de prepararme y ampararme.
Me pareció entender que no era lo que le agradaba a Dios lo que fuera mayor sacrificio, sino el cumplimiento exacto y amoroso de su voluntad divina en sus menores detalles, y como quería fuese muy delicada en este cumplimiento, que me llevaría muy lejos en el sacrificio y en el amor.
Hace tiempo que no me cuestan las cosas que quiero hacer por el Señor como antes me costaban, ni nada de lo que Él me envía, por doloroso que sea, porque viendo que es su voluntad, ya es de veras la mía sin esfuerzo alguno.
Me da el Señor tal deseo de amarle, que no sólo durante el día no puedo pensar en otra cosa, quedándose todas las cosas de la vida como por fuera.
Quisiera yo poder, a costa de cuanto fuera necesario, transformar las ofensas que en el mundo se cometen, en gloria, amor y consuelo para el Corazón de mi dulcísimo Jesús. ¡Quisiera tanto amarle de veras y glorificarle! A pesar de mi pobreza me da el Señor un vivo deseo de esto, de borrar, si pudiera, todas las ofensas que se le hacen y de sufrir, pareciéndome esto lo más deseable de este mundo.
Si no me concede la gracia tan inmerecida de poder dar la vida por Él, que es mi mayor deseo, quisiera emplearla toda en sufrir cuanto pudiera por su amor.
Yo quiero a todo trance santificarme, entregar, pero de veras, toda mi nada al Señor.
Estoy contentísima con la idea de hacer así el conventico como los pobres, es decir, como lo que somos. A mi Cristo le gusta que lo hagamos con pobreza, y a mí también....
Da una devoción este trabajar como los pobres. Es que trabajar para ganarse la vida es dulcísimo para el alma y durillo para el tonto cuerpo.
Me figuro que estarán entusiasmadas con el Concilio, ¡qué hermosura y qué felicidad ser hijas de la Iglesia!
¡Lo que Él quiera! Si él no lo quiere, ¿para que vamos a quererlo nosotras?
Hermanas, quisiéramos abarcar el mundo entero, pero como esto no es posible, que no quede sin atender nada de lo que pase a nuestro lado.
La corona no es de los que comienzan, sino de los que perseveran hasta el fin. Esta vida se pasa volando, y lo único que vale es lo que hagamos para la otra.
¿Miedo a la muerte? Si la muerte no es más que echarse en las manos de Dios.

CELEBRAMOS A MARIA INMACULADA




"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..." (Bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX )


Dogma Escritos Lecturas de la Misa Oficio de Lectura Cantos a la Virgen Oraciones y Novenas María Santísima

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción. 
Como demostraremos, esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.
 "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)
La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.
Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.
La Encíclica "Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»
Fundamento Bíblico
La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica. 
El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor.  Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.
En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María ciertamente lo sugiere.
El Apocalipsis narra sobre la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).  Ella representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. Ella es toda esplendor porque no hay en ella mancha alguna de pecado. Lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Los Padres de la Iglesia y la Inmaculada
Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.
  • Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
  • Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
  • Tertuliano (De carne Christi, xvii),
  • Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
  • Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
  • Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
  • Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
  • Sedulius (Carmen paschale, II, 28).
También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura San Agustín y otros.  La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

InmaculadaEn el siglo IX se introdujo en Occidente la fiesta de la Concepción de María, primero en Nápoles y luego en Inglaterra.

Hacia el año 1128, un monje de Canterbury llamado Eadmero escribe el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción donde rechaza la objeción de San Agustín contra el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la transmisión del pecado original en la generación humana.
La castaña, escribe Eadmero, «es concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero que a pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí debería transmitir el pecado original, María permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quiso, lo hizo».

Los grandes teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San Agustín: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado.

El franciscano Juan Duns Escoto, al principio del siglo XIV, inspirado en algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la Inmaculada), brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. El sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió preservándola del pecado original. Se trata una redención aún más admirable: No por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.

Escoto
preparó el camino para la definición dogmática. Dicen que su inspiración le vino al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare me laudare te: Virgo Sacrata"  (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras propias para hablar bien de Ti).

1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.

2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.

3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.

Entonces Scotto exclamó: Luego
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.
Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de Dios.
Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.
Frutos:1-María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.
2-María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido. 
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que más bien pone mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. Todas las virtudes y las gracias de María Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre de Cristo debía ser perfectamente santa desde su concepción. Ella desde el principio recibió la gracia y la fuerza para evitar el influjo del pecado y responder con todo su ser a la voluntad de Dios. A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida.
En torno a las ideas de Escoto se suscitó una gran controversia. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más aceptada en las escuelas teológicas.

El Papa Sixto IV, en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.

Fue valioso también el aporte del mundo universitario. Las universidades de París, Maguncia y Colonia y, en España, la de Valencia (1530), Granada, Alcalá (1617), Salamanca (1618) y otras proclamaron a María Inmaculada como Patrona. Sus doctores, al recibir el grado, hacían voto y juramento de enseñar y defender la doctrina de la Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
"Con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad" Juan Pablo II, 5-XII-2003.

Respuesta a los argumentos contra la Inmaculada Concepción de María.
1- Argumento: La Inmaculada  Concepción contradice la enseñanza de San Pablo: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).

Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esta no es la intención de S. Pablo ya que después menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor 5,21; Cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22). 
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5).  Esta es la enseñanza del Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales». Pero Jesús tiene la potestad para preservar a su Madre del pecado aplicando a ella los méritos de su redención.
San Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rom 5,12.18). El paralelismo entre Adán y Cristo se completa con el de Eva y María: La mujer tuvo un papel importante en la caída y lo tiene también en la redención. 
San Ireneo, Padre de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado que mancha a toda la humanidad no puede entrar en el Redentor y su colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador. Entonces, lo que Pablo declara en forma general para toda la humanidad no incluye a Jesús y a María.
2- Argumento: Según algunos, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es cierto. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible. 
¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo que esta ya en la Biblia en forma de semilla se llega a entender cada vez mejor.  

 Juan Pablo II sobre La Inmaculada Concepción
1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya –al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera– la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer­comunidad está descrita con los rasgos de la mujer­Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer mas particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.

Llena de Gracia, el nombre mas bello de María.
Benedicto XVI, 2006
Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy una de las fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio destaca: su humildad. Lo subraya Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso»: «Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo del consejo eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la familia humana.

Esta «bendición» es el mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).

Queridos hermanos y hermanas: la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» («Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a uniros a mí cuando, en la tarde, renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce Madre por la gracia y de la gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del ángel.
 

Oración a la Inmaculada Virgen MaríaSantísima Virgen, yo creo y confieso vuestra Santa e
Inmaculada Concepción pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza virginal,
vuestra Inmaculada Concepción y
vuestra gloriosa cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una santa muerte.
Amén"

 

NOVENA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN Comienza el 30 de Noviembre para preparar la fiesta de la Inmaculada Concepción (8 de Diciembre).

Otras novenas:
Purísima; novena  Inmaculate Conception; Novena -Maximilian Kolbe
Oraciones para todos los días de la novena:
Señal de la cruz
Canto
Acto de contriciónSeñor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia reconozco que he pecado muchas veces y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de haberos ofendido. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no volver a caer más, confesarme y cumplir la penitencia que el confesor me imponga. Amén.

Oración preparatoriaDios te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen soberana y perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de tu Concepción; así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por ti, que, por la gracia de Dios, has sido elegida para ser madre del nuevo pueblo que Jesucristo ha formado con su sangre.

A ti, purísima Madre, restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos tuyos y de tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado. Acordaos, Virgen Santísima, que habéis sido hecha Madre de Dios, no sólo para vuestra dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acordaos que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya sido desamparado.

No me dejéis pues a mí tampoco, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero dejaros a Vos, antes bien cada día quiero crecer más en vuestra verdadera devoción. Y alcanzadme principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un gran aprecio de la virtud, y la tercera, una buena muerte. Además dadme la gracia particular que os pido en esta Novena, si es para mayor gloria de Dios, vuestra y bien de mi alma.
[Oración particular del día (ver abajo)]
Oración finalRezar tres Padrenuestros, Avemarías y Gloria Patris a la Santísima Trinidad, y luego pide lo que por intercesión de la Inmaculada Concepción deseas conseguir de la Novena.

Bendita sea tu pureza
Y eternamente lo sea,
Pues todo un Dios se recrea
En tan graciosa belleza.
A ti, celestial Princesa,
Virgen sagrada María,
Te ofrezco en este día
Alma, vida y corazón.
¡Mírame con compasión!
¡No me dejes, madre mía!
Cantos

DÍA PRIMERO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como preservaste a María del pecado original en su Inmaculada Concepción y a nosotros nos hiciste el gran beneficio de libramos de él por medio de tu santo bautismo, así Te rogamos humildemente nos concedas la gracia de portarnos siempre como buenos cristianos, regenerados en Ti, Padrenuestro Santísimo.

DÍA SEGUNDO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como preservaste a María de todo pecado mortal en toda su vida y a nosotros nos das gracia para evitarlo y el sacramento de la confesión para remediarlo, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la gracia de no cometer nunca pecado mortal, y si incurrimos en tan terrible desgracia, la de salir de él cuanto antes, por medio de una buena confesión.

DÍA TERCERO
Oración particular

¡Oh santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como preservaste a María de todo pecado venial en toda su vida, y a nosotros nos pides que purifiquemos más y más nuestras almas, para ser dignos de Ti, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la gracia de evitar los pecados veniales y de procurar y obtener cada día más pureza y delicadez de conciencia.


DÍA CUARTO
Oración particular
¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como libraste a María del pecado y le diste dominio perfecto sobre todas sus pasiones, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la gracia de ir domando nuestras pasiones y destruyendo nuestras malas inclinaciones, para que Te podamos servir con verdadera libertad de espíritu y sin imperfección ninguna.

DÍA QUINTO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como desde el primer instante de su Concepción diste a María mas gracia que a todos los Santos y Angeles del cielo, así Te rogamos humildemente por intercesión de tu Madre Inmaculada nos inspires un aprecio singular de la divina gracia que Tú nos adquiriste con tu sangre y nos concedas el aumentarla más y más con nuestras buenas obras y con la recepción de tus santos sacramentos, especialmente el de la comunión.

DÍA SEXTO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como desde el primer instante infundiste en María, con toda plenitud, las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo, así Te suplicamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas a nosotros la abundancia de estos mismos dones y virtudes, para que podamos vencer todas las tentaciones y hagamos muchos actos de virtud dignos de nuestra profesión de cristianos.

DÍA SEPTIMO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como diste a María, entre las demás virtudes, una pureza y castidad eximia, por la cual es llamada Virgen de las Vírgenes, así Te suplicamos, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la dificilísima virtud de la castidad, que no se puede conservar sin tu gracia, pero que tantos han conservado mediante la devoción de la Virgen y tu protección.

DÍA OCTAVO
Oración particular
¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como diste a María la gracia de una ardentísima caridad y amor de Dios sobre todas las cosas, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas un amor sincero a Ti, oh Dios y Señor nuestro, nuestro verdadero bien, nuestro bienhechor, nuestro Padre, y que antes queramos perder todas las cosas que ofenderte con un solo pecado.

DÍA NOVENO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así como has concedido a María la gracia de ir al cielo y de ser en él colocada en el primer lugar después de Ti, así Te suplicamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas una buena muerte, que recibamos bien los últimos sacramentos, que expiremos sin mancha ninguna de pecado en la conciencia y vayamos al cielo para siempre gozar en tu compañía y la de nuestra Madre, con todos los que se han salvado por ella.


LETANÍA A LA VIRGEN
Señor, tened piedad de nosotros.
Cristo, tened piedad de nosotros.
Señor, tened piedad de nosotros.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escuchadnos, Cristo, escuchadnos,
Dios, Padre celestial. Tened piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo. Tened piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo. Tened piedad de nosotros.
Trinidad Santa, un solo Dios. Tened piedad de nosotros.


A las siguientes contestamos: “Ora pro nobis” o “Ruega por nosotros”

Santa María,
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Divina Gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre inviolada,
Madre y virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de exaltación,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del Cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consoladora de los afligidos,
Auxilio de los Cristianos,
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina, concebida sin pecado original,
Reina, asunta a los Cielos,
Reina del santísimo Rosario,
Reina de la Paz,

Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Perdonadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Escuchadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Tened piedad de nosotros.

V. Rogad por nosotros, Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

ORACIÓN

Os rogamos, Señor Dios, que nos concedáis a vuestros siervos gozar de continua salud de alma y cuerpo; y que por la intercesión de la siempre Virgen Santa María, seamos libres de las tristezas de esta vida y gocemos de las eternas alegrías del cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

 

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